«El arte es el corazón de la sangre. No debemos pintar más interiores con gente leyendo o mujeres haciendo punto. En el futuro hay que pintar gente que respire, sienta, sufra o ame.» Edvard Munch (1863-1944)
En mi actividad profesional he descubierto, a lo largo de todos estos estos años, que para saber si algo está o no debidamente planteado, me ayuda mucho evaluar el hecho de si lo que se hace conecta o no con el lado humano de las personas, y creo que esto es extensible a todas las demás actividades del ser humano.
También he aprendido a detectar que a veces vivimos en una trampa, en una ficción constante definida por valores ajenos a nosotros mismos que en ocasiones nos aleja de nuestro camino. Empiezo a estar convencido de que diseñar un determinado espacio solo tiene sentido si se hace desde la perspectiva de la experimentación sensitiva y emocional de las personas al que va destinado.
Desde el lado humano, cuando entramos en una habitación lo que nos importa es la calidez de la luz que entra por la ventana y las sensaciones que se nos despiertan en el contacto con las texturas de los materiales que empleamos para construir dicho espacio, con su sonoridad, su calidez y con la energía que recibimos de ellos. Desde este lado nos importan más las sensaciones que nos producen los espacios que algo tan ajeno a nuestra naturaleza como pueda ser su precio por metro cuadrado. Debería afectarnos más la calidad de la atmósfera creada en un espacio que las posibles opciones de venta que puediera tener en el mercado inmobiliario. El problema es que a veces decidimos por el precio, y solo por el precio…
Desde el lado humano un espacio no se mide en metros cúbicos sino en la cantidad e intensidad de emociones que sentimos cuando lo habitamos. Nos interesa más el lugar interior al que nos transporta que el lugar físico exterior en el que nos encontramos. Lo que nos importa del espacio que conforma nuestra casa es más lo que nos hace sentir que lo que nos hace parecer. El problema surge cuando pensamos que debemos ocupar nuestra casilla, la que nos viene impuesta, y que lo importante es parecer que somos aquello que nos ha sido asignado…
Desde el lado humano lo importante es la luz, la que entra y la que se queda fuera, su tono, su calor y su intensidad. La luz nos conecta con el sol, con la naturaleza y con el momento del día y la estación del año en la que vivimos. Controlar la energía que nos proporciona el sol nos acerca a la naturaleza y nos hace partícipes de ella. Tener la opción de decidir cuánta luz queremos y como la queremos (tamizada, directa, indirecta, difusa o reflejada), el simple hecho de elegir, nos posiciona en una situación privilegiada frente a la vida. Si podemos elegir esto, ¿por qué no vamos a poder elegir todo lo demás? El problema es que a veces pensamos que todo nos viene dado y que no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas, no hay nada que podamos elegir…
Desde el lado humano lo importante a la hora de elegir un barrio para vivir dentro de una ciudad tiene más que ver con el tipo de vida que se desarrolla en el barrio, con su carácter, con su ambiente y con la gente que lo habita, que con el estatus social asociado al mismo. Es más importante evaluar la calidad humana de las relaciones personales a las que vamos a tener acceso que la etiqueta de clase social que se nos pueda colocar desde fuera. Y siempre será preferible que en una calle haya árboles en lugar de ferraris. El problema aparece cuando aceptamos etiquetas que otros nos colocan, y lo peor de todo es cuando encima nos identificamos con ellas…
Desde el lado humano todo es más sencillo, más intuitivo y más natural. Lo mejor no siempre está asociado a lo más caro y lo que más nos interesa tiene más que ver con cómo somos y cómo nos sentimos que con cómo nos van a ver los demás. En este momento es más importante lo que la casa aporta a nuestra vida y en qué medida ésta se convierte en una extensión de nosotros mismos, que cualquier otro parámetro externo asociado a valores numéricos extraídos de esquemas prefijados por la sociedad de consumo. El problema comienza cuando confundimos valor con precio y se magnifica cuando pensamos que una casa no es más que otro objeto de consumo más…
Un espacio solo se completa cuando se vive y cuando la vida que allí se desarrolla queda impregnada en su atmósfera, en cada una de las paredes. La vida necesita un espacio adecuado para ser vivida con alegría e intensidad y cuando esto ocurre se produce la magia. Esta magia consiste simplemente en dejar ver el lado humano de las cosas. Y es que hay una cosa muy clara: cuando nos enfocamos en el lado humano, normalmente no hay problemas, ninguno.